Averno
Averno
El ángel
cayó
cansado
de esperar
a que pasara algo.
Cayó,
o lo tiraron.
Al principio la caída
le gustó,
sobre todo en contraste
con miles de años
de tedioso éxtasis.
Desplomado
desde tan lejos
tuvo tiempo de pensar
en la náusea que sentía
con aquéllos sosos juegos
sobre el color de las nubes
que organizaba
el compañero Gabriel.
Y en que
el arrobo de uno
puede ser
la pesadilla
del prójimo.
También se preguntó
qué narices haría
con sus
gigantes alas.
La hostia fue monumental.
Así,
dolorosamente,
se volvió
milagro roto,
no por eso,
menos milagro.